Alaide Morán
Llegamos a Casa Rafael Galván con muchas preguntas. Desde que vimos el anuncio de esta exposición fue imposible no sentir curiosidad, ¿se puede reimaginar desde los espacios fragmentados? ¿cómo se apropia lo audiovisual? ¿qué clase de tríptico encontraríamos?
Lo primero que nos recibió no fue una imagen, sino un sonido: música jazz. Pero no el suave jazz que se usa como música ambiente en cafeterías o cócteles. No, era el jazz que sacude, que te saca de tu zona de confort y demanda atención. Era el jazz, nos comparte Hegel, que los músicos tenían como rezo, su forma de hablar con un ser superior. Y dentro del caos, como en todo, hay un camino, sólo teníamos que encontrarlo.

No sabíamos para dónde mirar, era difícil elegir entre las tres piezas; aunque nos pusiéramos en el centro y girar para verlas, cada una requería un momento particular. Elegimos empezar por la derecha, con una proyección de tres videos corriendo rápida e infinitamente. Distinguimos un concierto de jazz y escenas de una guerra, podría ser cualquiera, todas las guerras se parecen, pero por supuesto pensamos en Gaza. Fue duro contemplar las imágenes, pero también se sintieron extrañamente familiares. Parecía un scroll de las redes sociales, donde el contenido nunca acaba, así que ¿cuándo paramos?, con tanta información a nuestro alcance ¿en qué momento la procesamos?
Aquí un pequeño dato curioso que explica Hegel: La proyección era en cuatro pantallas, pero no cupieron, así que la redujeron a tres, sin embargo, hay tres rectángulos con marco (como los de las pinturas artísticas) que decoran la pared de la Casa Rafael Galván. El encuadre fue perfecto y el contraste entre el estilo decorativo y el contenido que alberga es un toque irónico.

Pasamos a la segunda parte del tríptico: un video que muestra la destrucción de cientos de guitarras eléctricas. Pero no es sólo el hecho de saber que la misma compañía que las fabricó las estaba destruyendo (en lugar de haberlas donado, aunque fuera para hacerse publicidad) sino que cada fotograma del video es, en sí, una foto de guitarra. Recordamos que con los libros ha sucedido algo similar, no los quemados por las dictaduras, sino aquellos que fueron destruidos por los mismos que los crearon; sea por cuestiones financieras o ideológicas, el acto resulta atroz. Pero el cómo se presenta ante nosotros nos hace pensar en el ave fénix: de las cenizas nace algo nuevo.
La música nunca dejó de escucharse. De algún modo parecía que dijera: “Sí, todo esto es terrible, pero aún podemos crear”. Le pedimos una recomendación musical a Hegel, nos dijo: John Coltrane. ¿Qué álbum?, le preguntamos. Todos, respondió.

La tercera parte del tríptico es interactiva, así que tienes que experimentarla, explicar de qué va le quitaría el chiste. Salimos para encontrarnos con otro caos, el de la lluvia. Pero teníamos una extraña sensación de que era el ambiente ideal para pensar en todo lo que la exposición nos había provocado, porque en ese momento las palabras eran escasas, tal vez resultado de haber escuchado un abstracto rezo musical. Pero teníamos en nuestros bolsillos la gran maravilla de las inauguraciones: un par canapés, que nos acompañarían en el camino y que, afortunadamente, no requerían ningún tipo de conversación.