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Paisaje-Monumento

    El paisaje hay que inventarlo, porque no existe. A esta archiconocida sentencia debemos nuestra percepción del paisaje como un contenedor cultural que nos acoge permanentemente, sobre el cual nos proyectamos de la misma forma que él incide sobre nosotros. Vivimos el paisaje como dimensión imaginaria a la vez que lo sentimos como estadio físico; siendo entre ambas situaciones —siempre atravesadas por la praxis política— que lo construimos: lo dominamos y le tememos, lo agredimos y lo restauramos, lo olvidamos y lo romantizamos.

    La exposición colectiva Paisaje-monumento atiende a la disertación de Jacques Le Goff en El orden de la memoria (1991), en torno a la crítica del documento —sea del tipo que sea— en cuanto monumento. Citando al medievalista Paul Zumthor, Le Goff define que el documento se convierte en monumento en la medida en que es utilizado, es decir, seleccionado, jerarquizado y preservado, por parte del poder. Entendido aquí, poder —weberianamente hablando—, como la probabilidad de imponer la voluntad propia dentro de una relación social, cualquiera que sea la justificación de dicha probabilidad y en contra de toda resistencia.

    No existe un documento objetivo o subjetivo, auténtico o falso, ingenuo o retorcido. La esencia de la dupla documento/monumento reside en que, la intervención de quien elige un documento, separándolo de su temporalidad instituida y distinguiéndolo con relación a un cúmulo referencial concreto, le atribuye nuevos valores poniendo en claro su carácter monumental y reinscribiéndolo en el flujo contemporáneo. Los artistas convocados para esta exposición, Gabriel Garza García, Gilda Medina y Leonardo Guerra, ejercitan tal distinción, si bien en sus obras no recurren a la estetización, politización y activismo documental, que bien sabemos viven su momento cliché en el arte actual.

    Garza García, Medina y Guerra asumen el paisaje como un ámbito/concepto que hay que subvertir, por lo que otorgan a su creación una condición ontológica. Dichos artistas enuncian los entornos naturales que motivan y originan cada una de sus propuestas mostrando ciertos desapegos para con los mismos: identitarios y emocionales, aun cuando sus obras experimentan autorreferencialidades y afectividades; territoriales, aun cuando practican la reflexión situada; procesuales, aun cuando sostienen intereses metodológicos específicos; plásticos, aun cuando cultivan el oficio de la pintura y sus calidades retinianas.

    A esto se debe que sus miradas paisajísticas no socialicen parajes habituales y mucho menos arquetípicos, tampoco fórmulas pictóricas estereotipadas; antes bien, desestructuran el género declarando extrañamientos a partir de la desacralización del naturalismo y “lo natural”, para amplificar consecuentemente determinados detalles, agenciar procedimientos documentales y gestos extraartísticos, colocándonos con ello frente a un nuevo tipo de paisaje de las sensaciones.

    Varios pensadores coinciden en que no es posible planear y materializar un paisaje sin que en ello medien los significados que se le puedan conceder a partir de su elaboración como género artístico. Criterio que complemento, teniendo en cuenta las obras de Gabriel Garza García, Gilda Medina y Leonardo Guerra, anotando que tampoco es posible actualizar o emancipar dicho género artístico sin favorecer lo transitorio, lo temporal y lo efímero como procesos previos a su creación.

    Henry Eric Hernández

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